El empresario y técnico del boxeador argentino, Juan Carlos «Tito» Lectoure había llevado un cauterizante que le había traído un allegado cuando vino Emile Alphonse Griffith a pelear con Carlos Monzón a Buenos Aires. El instrumento era lo último que se había hecho en Estados Unidos para detener las hemorragias y te comía un poco el tejido dérmico del ojo y de la ceja.
Al terminar el tercer round de la pelea por el Campeonato Mundial que exponía a Galíndez ante 42. 572 personas en el «Rand Stadium», el referí fue a ver la consecuencia de la herida. El arbitro era sudafricano, muy buena gente, se llamaba Stanley Christodoulou, admirador del boxeo argentino. En ese instante, se prendieron las luces del lugar y la pelea estaba técnicamente terminada mientras la gente murmuraba.
Después de que el árbitro vio a Galíndez, fue al rincón de Richie Kates, que ya levantaba los brazos en señal de triunfo, sin embargo, al tiempo subía el medico Clive Noble para ver al boxeador herido. En ese minuto de descanso entre el tercero y cuarto round, en ese minuto, se produjo un milagro, una mentirilla.
Lectoure que estaba en el rincón junto a Víctor, hermano de Galíndez, estaba rogando que pararan la pelea. Pero en ese momento el técnico de boxeo le dijo al médico Clive Noble: «El referí me permitió un round mas».
Luego, el sudafricano cruzó el cuadrilátero y cuando fue al rincón preguntó ¿Qué dijo el medico?, «Un round más», respondió. Es decir que Lectoure, le dijo al médico y al árbitro algo que no existía: «Que estaba autorizado a pelear un round más».
La pelea era a quince y empezaba el cuarto, de manera que esa hemorragia fue tan indetenible, que por los próximos round limpiaba su sangre en la camiseta del réferi. Esta prenda está en el Museo de Boxeo de Johannesburgo y será trasladada al hall de la Fama de Canastota, porque es un símbolo del boxeo mundial.
La pelea continuo y Galíndez comenzó a recuperarse, en el sexto round ya la sangre era menos. Estaba en el décimo y faltaban cinco para finalizar, mientras él crecía, Kates decrecía. En el round quince, aquel hombre herido fiero, puso nocaut a su rival.
Se había producido un milagro: imagínense en el decimo quinto poner en nocaut a un rival después de haber pedido tanta sangre, lo logró y conservó su campeonato del mundo. Fue épico, inolvidable y cuando todo terminó tuvimos que revelarle un secreto que habíamos guardado por todo el día. Tuvimos que decirle mientras lo cosían que habían asesinado, a su paradigma, a su ídolo y amigo Ringo Bonavena. Te lo cuento yo, porque fui testigo de la historia.